
Una comedia que se ríe del amor, del desamor… y de los algoritmos
El pasado 22 de marzo tuve la oportunidad de estar en la vibrante Sala Arlequín del teatro Casa E Borrero, en Bogotá. Afuera, el caos del sábado por la noche; adentro, las luces bajas, murmullos, un suspiro colectivo antes del telón. Fui a ver «Busco al hombre de mi vida. Marido ya tuve.» » una comedia sobre relaciones fallidas: es una radiografía ácida, actual y divertida del mundo afectivo en el que vivimos, con sus contradicciones, sus promesas rotas y, claro, sus apps de citas.
Una Ana, tres perspectivas
La obra, basada en el exitoso best seller de Daniela Di Segni y adaptada por Andrés Tulipano, nos presenta a Ana, una mujer que ha salido de un matrimonio y decide reconstruirse. Contra viento y marea, se propone encontrar al «hombre de su vida». ¿Lo encontrará? Tal vez sí, tal vez no… lo que sí encontrará es una profunda reflexión —y mucho humor— sobre la idealización del amor romántico y la soledad contemporánea.
Ana es interpretada por tres actrices diferentes, cada una representando una versión distinta de la protagonista, como si fueran capas de su personalidad, etapas de su vida o voces internas que dialogan entre sí:
- Juanita Cetina, actriz con trayectoria en teatro, televisión y doblaje, encarna a una Ana racional, la que pone los pies en la tierra. Su interpretación se mueve entre la sensatez y la desesperanza, pero nunca abandona el humor seco e inteligente.
- Diana Belmonte, con una amplia carrera en las artes escénicas y reconocida por su capacidad para fusionar comedia con emociones profundas, da vida a la Ana emocional, vulnerable, intensa… la que todavía cree (o quiere creer) en el amor.
- Sandra Serrato, carismática y aguda, representa a la Ana sarcástica, la que no se guarda nada y lanza dardos a la cultura del “hombre perfecto” con una sonrisa en la boca. Su Ana es punzante, liberadora y quizás la más auténtica.
Entre las tres construyen un retrato multifacético de una mujer enfrentando el vacío que deja el amor idealizado, pero también descubriendo la potencia de estar consigo misma.
Un equipo con visión
La dirección de Jimmy Vásquez destaca por su agudeza para equilibrar el humor con momentos de introspección. No hay excesos, no hay golpes bajos. Cada escena fluye con naturalidad y permite al público reírse… y también mirarse en el espejo.
La asistencia de dirección está a cargo de Juan Pelz, quien además lidera el diseño de arte. Su trabajo se nota en la escenografía sobria pero simbólica: una especie de limbo emocional donde las Anas habitan sus contradicciones. El espacio escénico se convierte en una metáfora del mundo interno de la protagonista.
La producción está respaldada por T de Teatro, en alianza con Cristina Rodas, quienes han apostado por un montaje contemporáneo, inteligente y accesible.
Ironía, sarcasmo y bots… ¿Qué nos está pasando?
Uno de los grandes aciertos de la obra es su mirada crítica —y muy divertida— sobre cómo han cambiado las relaciones amorosas en tiempos digitales. Con diálogos ingeniosos y monólogos cargados de sarcasmo, las Anas no solo se ríen de sus exes y de sus propios errores, también se burlan de los algoritmos de Tinder, de las citas con asistentes virtuales, e incluso de la posibilidad (¡no tan lejana!) de enamorarse de un bot.
La obra satiriza la robótica emocional con situaciones tan absurdas como creíbles: una cita donde el otro responde con frases programadas, o la sensación de que lo que enamora no es la persona sino el perfil. En ese sentido, la obra no solo habla del amor, sino de la pérdida de autenticidad en las conexiones humanas.
Ana se enfrenta a un mundo donde las emociones se gestionan con notificaciones y las conversaciones se reemplazan con emojis. La puesta en escena juega con estos elementos digitales —sin abusar— y nos recuerda que, aunque la tecnología puede facilitar encuentros, también puede alejarnos de nosotros mismos.
Casa E Borrero
La obra se presenta en Casa E Borrero, uno de los espacios culturales más innovadores de Bogotá. Fundado por la actriz Alejandra Borrero, este teatro ha sido clave en la transformación del panorama escénico colombiano, apostando por montajes contemporáneos, formación actoral y propuestas con enfoque social. Un lugar que no solo acoge funciones, sino que también impulsa conversaciones necesarias sobre género, amor y sociedad.
Cuando el final feliz no incluye a otro
Busco al hombre de mi vida. Marido ya tuve.Es una obra que conecta con cualquiera que haya amado, sufrido, o simplemente se haya preguntado si el amor todavía vale la pena en tiempos de algoritmos y deslizamientos hacia la derecha. No es una comedia romántica convencional; es una sátira afectiva, una catarsis colectiva y, sobre todo, una celebración del talento actoral que conmueve y provoca a partes iguales.
Si alguna vez te has sentido sola —o solo— en una cita donde la conversación parece un cuestionario, esta obra es para ti.
Confieso que, para mí, el primer bloque —en el que se abordan las diferencias entre hombres y mujeres desde una mirada sexual— se percibe algo desconectado del resto de la puesta. No es que esté fuera de lugar, pero su tono recuerda más a un monólogo de stand-up que al nivel de profundidad emocional y escénica que la obra alcanza después. Por fortuna, ese arranque da paso a una narrativa mucho más rica: con diálogos internos, contradicciones, silencios reveladores y momentos de conexión genuina con el público.
Al salir del teatro, me llevé una certeza valiosa: aceptar la ruptura no es fracasar, sino reconocerse. Pasar la página, reconstruirse, y encontrar plenitud en la soledad elegida puede ser tan poderoso —o incluso más— que cualquier historia de amor. Porque a veces, el final feliz no incluye a otro, sino a una misma.
Y no te preocupes: no necesitas haber tenido un marido para disfrutarla. Basta con tener ganas de reírte —aunque sea un poco— de ti, del amor, y de todo lo que alguna vez creíste que debía ser.
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